En La Promesa, todo parecía dispuesto para una jornada de celebración inolvidable. Catalina y Adriano aguardaban con emoción el bautizo de sus mellizos, símbolo de esperanza y redención para una familia marcada por el dolor. Sin embargo, detrás del esplendor y la aparente armonía, se urdía una traición cuidadosamente planificada por Leocadia y Lorenzo, decididos a deshacerse de Eugenia y hacerse con el control absoluto del palacio.
Mientras la estricta gobernanta Petra coordinaba hasta el más mínimo detalle del evento, Leocadia y Lorenzo ultimaban su siniestro plan: colocar un revólver bajo el reclinatorio de Eugenia, confiando en que su fragilidad emocional la llevaría a actuar de forma errática, manchando su nombre para siempre y justificando su internamiento en un sanatorio.
La tensión se palpaba en el aire. Catalina, a pesar de la emoción, no lograba deshacerse de un persistente presentimiento de peligro, especialmente con la sombra de Lisandro aún presente en sus pensamientos. Pero el verdadero peligro no venía de fuera. Estaba dentro de los muros de La Promesa.
Durante la ceremonia, justo cuando el sacerdote iniciaba el rito del bautismo, Lorenzo provocó una distracción aparentemente inocente. En ese momento, Eugenia descubrió el arma oculta bajo su asiento. Lejos de caer en el estado de confusión que esperaban sus enemigos, fue poseída por una lucidez brutal. Comprendió el plan urdido contra ella y lo que estaba en juego: su cordura, su libertad, y sobre todo, la seguridad de su familia.
En un impulso desesperado pero determinado, Eugenia se levantó en medio de la ceremonia, empuñó el arma y, entre gritos de angustia, desenmascaró a sus verdugos frente a todos. Su disparo no fue mortal, pero alcanzó a Leocadia en el hombro, sumiendo la capilla en un caos total. Lo que debía ser una jornada de gozo se convirtió en una escena de horror y revelaciones.
A pesar de que no actuó con locura sino con total conciencia, Eugenia fue rápidamente etiquetada como inestable. La ceremonia terminó abruptamente y, tras ser reducida por los criados, fue llevada al sanatorio, donde su destino quedó sellado entre diagnósticos precipitados y traiciones sin resolver.
Lorenzo y Leocadia, aunque momentáneamente descolocados, parecían haber conseguido su propósito… hasta que un giro inesperado dio nueva forma a la historia. Desde su celda, Cru de Luján, otrora marquesa caída en desgracia, recibió una misteriosa carta anónima revelando toda la verdad: Eugenia era inocente, y la conspiración de Lorenzo y Leocadia debía salir a la luz.
Movida por una mezcla de furia, remordimiento y el deseo de redención, Cru trazó un plan para escapar y salvar a su cuñada. Con el corazón ardiendo de determinación, juró destruir a quienes habían manipulado su familia desde las sombras. La caída de Eugenia no era el final. Era el comienzo de una nueva batalla.
Así, lo que empezó como una ceremonia de fe y familia terminó marcando un antes y un después en la historia de La Promesa, con un disparo que no solo rompió el silencio de la capilla, sino que desató una guerra oculta que cambiará para siempre el destino de tod