En este capítulo de alta carga emocional, se desarrolla una conversación íntima y reveladora entre Marta y Begoña, donde ambas mujeres abordan con preocupación la situación que viven en casa debido al estado de salud de María y el impacto emocional que esto tiene sobre Andrés. Marta, visiblemente inquieta, pregunta por el paradero de Andrés. Begoña le confirma que sigue en la habitación, volcado por completo en el cuidado de María, sin atender a su propio bienestar ni establecer límites que lo protejan.
La preocupación compartida es evidente. Ambas reconocen que Andrés está llevando una carga emocional desproporcionada y que esa entrega constante lo está consumiendo poco a poco. Marta plantea la posibilidad de intervenir de algún modo, y Begoña coincide en que sería conveniente buscar a alguien que pudiera asumir, al menos temporalmente, parte de la responsabilidad del cuidado de María. Sin embargo, también saben que Andrés se niega rotundamente a aceptar ayuda. Él ha asumido ese rol como una especie de expiación personal, aferrándose a él con una mezcla de culpa, deber y obstinación.
Begoña, que además es enfermera, menciona que María ya debería estar realizando ejercicios físicos más avanzados en su proceso de recuperación. Incluso ha intentado aconsejar a Andrés sobre rutinas básicas que podrían ayudar a María a evitar el estancamiento físico y emocional. Sin embargo, cuando sugiere implicarse más directamente, Marta rechaza la idea con cortesía, aunque con firmeza. Agradece su disposición, pero cree que lo más conveniente sería que ese apoyo viniera de alguien externo al núcleo familiar.
Marta explica que la dinámica de la casa ya es bastante tensa y que involucrar más a personas del entorno cercano solo añadiría complejidad. Además, confiesa algo que había guardado hasta ahora: a pesar de la compasión que siente por María tras su accidente, no puede confiar en ella. María, además de su situación personal, sigue teniendo poder sobre la familia y sobre la empresa, especialmente por su papel como albacea de Julia y por el control que aún mantiene sobre ciertas decisiones. Marta teme que su aparente vulnerabilidad pueda ser usada para manipular a quienes la rodean, y por eso considera un riesgo innecesario exponer a Begoña a esa cercanía.
Este miedo de Marta no es producto de una paranoia sin fundamento, sino del conocimiento que tiene del carácter impredecible y estratégico de María. A pesar de su invalidez, María sigue siendo una figura con peso e influencia, y Marta no quiere darle más oportunidades para influir en la vida de los demás a través de vínculos emocionales o decisiones precipitadas.
La conversación se vuelve más introspectiva cuando Marta reconoce que, aunque lo más saludable sería que Andrés retomara su rutina, es consciente de que, por ahora, él es la única persona que logra mantener a María en un estado de relativa estabilidad emocional. Sin su presencia, teme que María desestabilice por completo el ambiente familiar o incluso afecte decisiones importantes en el ámbito empresarial.
Esta doble consciencia —el daño que Andrés se está haciendo y la aparente necesidad de que siga allí— coloca a Marta en una posición de profundo conflicto interno. Por un lado, quiere proteger a Andrés del desgaste que está sufriendo; por otro, comprende que su ausencia podría desencadenar consecuencias mayores. El dilema no tiene una solución sencilla, y eso la deja frustrada, atrapada entre la compasión, la desconfianza y la necesidad de equilibrio.
Begoña, al escuchar a Marta, asiente con una mezcla de comprensión y resignación. Ella también percibe el precio que está pagando Andrés y las implicaciones más amplias de esta situación. Ambas mujeres entienden que están atrapadas en una dinámica que no les permite actuar abiertamente sin alterar el delicado orden de las cosas.
El capítulo, con esta escena, subraya la complejidad de las relaciones familiares y la carga emocional que puede representar el cuidado de una persona dependiente. También destaca el conflicto entre lo que es emocionalmente justo y lo que es estratégicamente prudente. Marta emerge como una figura racional, que intenta contener el caos desde el análisis frío, pero que también es plenamente consciente del sufrimiento emocional que rodea a todos los miembros del hogar.
Este fragmento retrata un momento de silencio, de decisiones aplazadas y tensiones latentes. La calma superficial apenas oculta una tormenta emocional que se cocina en silencio, donde el deber, el dolor y las heridas no sanadas siguen marcando el rumbo de los protagonistas.