Imagina por un momento el resplandor tenue de un gran salón iluminado por la luz vacilante de candelabros. Las copas tintinean, las miradas se cruzan con inquietud… hasta que una voz grave irrumpe y congela cada gesto. Es don Lisandro. Lo que está a punto de anunciar no solo sacudirá el equilibrio de la nobleza, sino que abrirá una grieta irreparable en el destino de todos.
Con una sonrisa enigmática, el patriarca aclara su garganta y declara solemnemente:
“Con el beneplácito del Rey, nombro condesa a mi hija Catalina y a su esposo Adriano.”
Un silencio denso como la niebla se apodera del ambiente. Catalina y Adriano se miran incrédulos, como si el peso de esa nueva realidad los golpeara de repente. Lo que parecía un honor, un ascenso, se convierte de pronto en una pesada cadena: una promesa que los une para siempre a una dinastía con raíces más profundas —y oscuras— de lo que jamás imaginaron.
Catalina brilla por fuera, pero por dentro lucha contra el vértigo. Adriano, con la mandíbula tensa, le toma la mano sin saber si aferrarse a ella o soltarse. Desde el fondo del salón, el Capitán de la Mata los observa en silencio. Para él, un título no entierra rencores ni limpia la sangre derramada entre linajes enfrentados. Y mientras tanto, el duque de Carvajaliz y Fuentes, con su habitual compostura helada, reflexiona. La elevación de Catalina y Adriano no es solo un gesto… es una jugada de poder. ¿Es una corona o una trampa?
Un sello, un cofre y un destino sellado
Don Lisandro no ha terminado. Acompaña su proclamación con un pequeño cofre que entrega en manos de la nueva condesa. Nadie sabe qué contiene exactamente, pero todos sienten que ese objeto encierra una clave, un sello que redefinirá para siempre el curso de sus vidas. ¿Un legado? ¿Una amenaza? ¿Un mandato irrevocable?
Pero si crees que el clímax termina aquí, te equivocas. Lo más impactante aún no ha llegado. Porque cuando la historia parece haber mostrado todas sus cartas, irrumpe un giro que cambia todo y deja claro que nada es lo que parece.
¿Una alianza… o una prisión?
Con tono solemne, Don Alonso pregunta si los jóvenes aceptan ese vínculo eterno con la nobleza. Catalina, con un nudo en la garganta, asiente. Adriano, en cambio, baja la mirada. La duda lo carcome. ¿Qué sabe que no está diciendo? ¿Qué oculta el apellido de los Carvajaliz y Fuentes que lo hace vacilar?
Rómulo, Emilia y el precio de la libertad
Lejos del bullicio del salón, los pasillos del palacio guardan secretos aún más comprometedores. Rómulo, fiel mayordomo, se encuentra con el diputado de los condes para preparar su despedida. Ha llegado la hora de dejar atrás la promesa de una vida de servicio y recuperar su libertad. Emilia, a quien ha confiado un secreto importante, lo acompaña en ese momento.
Con una sonrisa nostálgica, acepta la propuesta de partir. Pero… ¿es un acto de coraje o una huida? ¿Qué implica realmente renunciar a una promesa que lo ha definido toda su vida?
Don Alonso, agradecido, le entrega un sobre lleno de monedas de oro. Un gesto de cierre, una deuda saldada. Ese dinero no es solo una transacción, sino un símbolo de respeto, lealtad y años compartidos entre amo y servidor.
Leocadia, Ángela y el exilio del amor
Mientras tanto, Leocadia observa todo con la distancia calculada de una matriarca implacable. Recuerda el momento en que desterró a su hija Ángela por un amor prohibido con Curro. Para ella, el futuro de su hija valía más que su felicidad. Y aunque dijo “adiós” con frialdad, para Ángela ese adiós fue el comienzo de su libertad.
Ahora, Ángela está de vuelta. Y nadie sabe si ha venido a perdonar… o a ajustar cuentas. Sus pasos resonarán por los pasillos de Luján, trayendo consigo las consecuencias de aquella antigua promesa quebrada.
Poderes enfrentados y una promesa sellada con sangre
En los jardines, un duelo silencioso de palabras enfrenta a Don Lisandro con el duque de Carvajaliz y Fuentes. Ambos hombres, herederos de privilegios ancestrales, discuten sobre lealtades y límites. Para ellos, la verdadera promesa no es con la familia, ni con el pueblo, sino con el Rey… y con una única mujer cuyo nombre no se menciona, pero pesa como una espada sobre sus cabezas.
Las implicaciones de este diálogo inquietan. ¿Qué precio tiene realmente la fidelidad? ¿Y quién paga cuando la promesa se rompe?
Confesiones, veneno y un secreto que mata
Mientras la tensión aumenta, una carta viaja entre manos desconocidas. Manuel del Hombre responde a Esteban Menéndez, un empresario extranjero interesado en unos motores ocultos. Algunos sospechan un plan militar, otros temen un complot político. Pero todos coinciden en que esa promesa comercial podría poner en juego la paz del reino.
Y entre tanto, el amor entre María Fernández y el sacerdote Samuel se ve amenazado por las consecuencias de su pasión. María insiste en que Samuel confiese públicamente el pecado que lo alejó del sacerdocio. Él, entre lágrimas, lo hace… y esa confesión lo deja expuesto, vulnerable, excomulgado. Porque cuando la fe y el amor se enfrentan, no hay promesa que no se fracture.
En paralelo, un hallazgo oscuro sacude al palacio: una pequeña botella con olor a almendra amarga. Curro, Pía y Lóe sospechan que se trata de cianuro. Hacen una prueba con una planta… y en pocas horas está marchita. Una señal inequívoca de que alguien en la Promesa está dispuesto a matar.
Las pistas son pocas, los aliados escasos y la desconfianza crece. Todos son sospechosos. Todos tienen algo que esconder.
Un documento y una traición ancestral
Y cuando creías que lo habías visto todo, un mensajero anónimo deja en el umbral del palacio un sobre lacrado. Dentro, un documento que revela una verdad sepultada durante generaciones: una alianza secreta entre dos familias enemigas sellada con sangre y ambición.
¿Qué hará Don Lisandro con esa revelación? ¿A quién protegerá y a quién sacrificará? ¿Y qué será de los que, como tú, han seguido esta historia paso a paso, esperando que la promesa sea un símbolo de esperanza… y no el anuncio de una tragedia inevitable?
No apartes la mirada.
El próximo episodio revelará giros que cambiarán todo lo que creías saber.
Y si no quieres perderte ni un suspiro de esta historia… ya sabes qué hacer:
Escribe “sí” en los comentarios. La promesa continúa.