Las tensiones siguen escalando en Sueños de libertad, y el capítulo 327 es un hervidero de sospechas, secretos y amenazas disfrazadas de sonrisas. En el corazón de la mansión Reina, el drama se intensifica como una bomba de tiempo a punto de estallar. María, aún en estado crítico, podría quedar paralítica tras su caída… ¿pero fue realmente un accidente? La duda duele, y las miradas apuntan hacia Andrés, su propio esposo. Y aunque él asegura que jamás le haría daño, el miedo de que María quiera venganza lo está consumiendo.

Todo comienza con una escena cargada de angustia: Marta, alterada y temblorosa, irrumpe en el despacho familiar. Se enfrenta a su padre con un temor que le desborda la voz. “Papá, María quiere venganza. Está fuera de sí… No razona. Puede hacer cualquier cosa contra Andrés.” Damián, frío y calculador como siempre, intenta ponerle paños fríos a la situación, pero incluso él reconoce que la presencia de Begoña en la escena del accidente es la única garantía… una garantía que podría no servir de nada. Marta lo sabe. “¿Tú de verdad crees que un juez va a tomar en serio el testimonio de una amante?”, lanza con tono cínico. La amenaza es real, y está más cerca de lo que nadie quiere admitir.

Es en ese momento que Andrés entra. Cansado, demacrado, derrotado. Su primera pregunta es por María. Quiere saber cómo está. Marta responde con evasivas: “Le siguen haciendo pruebas… Aún no sabemos si podrá volver a caminar.” El silencio se llena de plomo. Damián lanza una advertencia: “Deberías contarle lo que hablaste con ella.” Andrés frunce el ceño, preocupado. Marta, sintiéndose arrinconada, confiesa lo que todos temían: fue a ver a María para tantear su estado emocional, pero salió de allí con un escalofrío: “Va a denunciarte, Andrés. Lo dijo clara y directamente.”

Él reacciona con desesperación. “¿Por qué fuiste? ¡No debiste ir!” Pero Marta no se disculpa. “¿Qué querías que hiciera? Después de lo que dijo esta mañana…” La tensión se acumula. Damián intenta justificarse: “Es mejor saber lo que planea.” Andrés, ya sin fuerzas para discutir, apenas susurra: “Entonces ya lo sabéis. Me quiere ver preso. Aunque tenga que mentir… lo hará.”

La imagen es desoladora. Andrés se marcha, cabizbajo, roto. Marta lo sigue con la mirada. “Aunque no haya hecho nada… se siente culpable.” Y Damián, con tono sombrío, concluye: “Hablaré con el abogado. Tenemos que protegerlo. De ella y de sí mismo.” Lo que en otro tiempo fue una familia, ahora es un campo de batalla donde los hermanos se espían, los padres conspiran y los inocentes empiezan a sospechar de todos.

Pero el episodio da un giro inesperado en la fábrica. Cristina, la joven misteriosa que ha llegado como nueva ayudante de laboratorio, entra en escena antes de lo previsto. Damián, siempre atento, la acompaña personalmente hasta Secretaría. Allí, Irene se sorprende al verla. “¿No empezabas mañana?”, pregunta desconcertada. Cristina, amable, le explica que recibió instrucciones de comenzar cuanto antes. La conversación es cordial… hasta que Cristina menciona un dato casual: “Tengo 28 años. Nací en mayo de 1931.” Irene se queda paralizada. La fecha le resuena en la memoria como una campanada que golpea desde el pasado.

“Mayo del 31…”, repite Irene con un nudo en la garganta. Cristina asiente. “El siete”, añade, sin darle importancia. Pero para Irene, ese dato lo cambia todo. Sus ojos se clavan en el rostro de la joven. Algo se agita dentro de ella: un recuerdo enterrado, un dolor no cicatrizado, una sospecha que se convierte en temor.

Damián, testigo silencioso de ese momento, sonríe sutilmente. Sabe perfectamente lo que está ocurriendo. Lo planeó. Lo provocó. Lo esperaba. Cristina continúa dando sus datos sin saber que acaba de abrir una caja de Pandora. Irene intenta retomar el trámite con compostura, pero ya no es la misma. Algo ha despertado. Algo peligroso.

“Gracias por esta oportunidad”, le dice Cristina a Damián con gratitud sincera. Él le responde con solemnidad: “Oficialmente, bienvenida a Perfumerías de la Reina.” Pero es mucho más que una bienvenida laboral. Es el movimiento maestro de una partida que Damián juega con frialdad milimétrica.

Antes de marcharse, Cristina pregunta a Irene por los dormitorios. “Me muero de ganas por ver el mío.” Irene la acompaña con una sonrisa tensa. Caminan juntas por el pasillo, ajenas —o quizá no tanto— a lo que podría ser la verdad más explosiva de toda la historia: ¿es posible que Cristina sea la hija que Irene perdió hace tantos años?

Desde la distancia, Damián las observa con una mezcla de satisfacción, cálculo y amenaza velada. Sabe que ha movido una pieza clave. Quizá ha reunido a una madre con su hija. O tal vez solo ha puesto un peón más en su estrategia para destruir a don Pedro desde adentro. Porque si Cristina es lo que Irene sospecha… Pedro no tendrá dónde esconderse cuando la verdad explote.

Las preguntas se multiplican. ¿Dirá María toda la verdad o será la mentira su arma más poderosa? ¿Logrará Andrés demostrar su inocencia antes de que sea demasiado tarde? ¿Cristina sabrá quién es en realidad? ¿Irene tendrá el valor de enfrentar lo que su corazón ya le grita? ¿Y Damián… está actuando por justicia, por venganza… o simplemente por el placer de ver arder todo lo que Pedro construyó?

Lo que es seguro es que la historia está a punto de dar un giro irreversible. La verdad, el pasado y la venganza están a punto de colisionar. Y cuando lo hagan, nadie en la familia Reina saldrá ileso.

¿Te gustaría que prepare un spoiler alternativo desde la perspectiva de Cristina o centrado solo en la línea de María y Andrés?