Don Andrés se entera de que Raúl ha decidido marcharse y no tarda en buscar respuestas. Intrigado, pregunta a Manuela por qué motivo ha tomado esa decisión. Ella, con cautela, le recuerda que Raúl se enfrentó a él, y que aunque no fue despedido, lo más lógico es que se marche por iniciativa propia.
Andrés insiste: quiere saber si se va por su culpa. Intuye que hay algo más detrás de la decisión de Raúl. Manuela, incómoda, intenta esquivar el tema, pero Andrés le pide directamente que le diga todo lo que sabe.
Entonces, Manuela cede un poco. Le dice que Raúl es un buen chico, trabajador, y que al menos merece irse con buenas referencias para que pueda encontrar otro empleo. Pero Andrés no busca hablar de referencias laborales; quiere saber la verdad, lo que se esconde bajo la superficie.
Finalmente, ella empieza a abrirse: le dice que Raúl es muy joven, impulsivo, lleno de ilusiones. Y que se equivocó. Andrés se queda expectante, y Manuela aclara que Raúl se confundió… confundió sus sentimientos hacia doña María.
María, le dice, es una mujer hermosa, distinguida… pero también profundamente infeliz. Y eso fue lo que Raúl creyó poder remediar. Se sintió atraído no solo por su belleza, sino por su fragilidad, por su soledad. Manuela insinúa que, sin intención maliciosa, María buscaba consuelo, una conexión humana. Y Raúl interpretó esa atención como algo más.
Andrés pregunta si María le dio motivos para ilusionarse. Manuela, tajante, niega. Raúl la deseaba, sí, pero fue una ilusión unilateral. María solo buscaba apoyo, compañía. Ella nunca dejó lugar a dudas: al único hombre que amaba era a su esposo, Andrés.
Raúl, sin embargo, se dejó llevar por sus emociones. Se convenció de que podía rescatarla de su tristeza, ser el héroe que la hiciera feliz. Pero se equivocó.
Manuela, con delicadeza, señala que María se sentía sola. Incluso con ella misma se desahogó en muchas ocasiones. Y, con respeto, le recuerda a Andrés que su esposa ha sufrido mucho. No lo culpa de nada, pero le pide que lo tenga en cuenta.
Andrés escucha todo en silencio. La conversación le permite atar cabos sueltos, entender lo que estaba ocurriendo bajo su propio techo sin que él lo supiera del todo.
Al final, agradece a Manuela por su sinceridad. Ella, con humildad, le responde que solo intentaba ayudarlo a comprender. Se despiden en silencio, dejando atrás un diálogo que, sin levantar la voz, reveló todo lo que hacía falta saber.