Fina está ilusionada: ha preparado una cita elegante y quiere lucir espectacular para sorprender a Marta. Pero todo se desmorona cuando Marta llega con una noticia inesperada: debe viajar a Madrid para asistir a una cena formal con Pelayo, el gobernador civil, y su esposa. La salida, que parece haber surgido de la nada, deja a Fina desconcertada y visiblemente dolida.
Aunque Marta intenta explicar que no fue decisión suya y que incluso trató de rechazar la invitación, Fina no puede evitar sentirse desplazada una vez más. Su decepción es profunda; no se trata solo de una cena, sino de la sensación constante de estar en segundo plano, detrás de las obligaciones, las apariencias y los compromisos sociales de Marta.
La conversación se vuelve tensa. Fina lanza un comentario hiriente sobre Pelayo, insinuando que solo le importa el poder, y deja ver su verdadero dolor: sentirse invisible ante los ojos de la mujer que ama. Marta insiste en que su amor sigue siendo el mismo, que esto no cambiará nada, y le pide a Fina que confíe en ella.
Pero algo ha cambiado. Fina ya no siente la seguridad de antes. Recuerda cuando Marta le prometió a Darío que lo arriesgaría todo por ella… y ahora duda si esas palabras siguen teniendo valor. Al final, con la voz apagada pero firme, Fina le dice que vaya a la cena. Luego se marcha, dejándola sola en la tienda.
El amor aún vive entre ellas… pero las heridas de siempre estar en segundo lugar empiezan a pasar factura.