El capítulo 335 de Sueños de libertad irrumpe como una bofetada emocional, sumergiéndonos de lleno en una escena cargada de urgencia, miedo y un enigma inquietante: ¿qué le ha pasado realmente a María? ¿Ha sido un accidente… o algo más oscuro?
Todo comienza con una llamada fuera de plano que hace que Andrés, al otro lado del teléfono, reaccione con absoluto pánico. Sus palabras, fragmentadas por la ansiedad —“¿Qué? ¿María? ¡Voy para allá!”— nos adelantan que algo grave ha ocurrido. En cuestión de segundos, se establece la tensión. Andrés sale disparado mientras la escena cambia bruscamente para situarnos en el lugar del incidente, donde ya han llegado Begoña y la doctora Luz.
Raúl las espera en la puerta, visiblemente alterado. Apenas las ve, les lanza una acusación disfrazada de reproche: “¿Por qué han tardado tanto?” Su tono no deja lugar a dudas: cada segundo ha sido una eternidad. Acto seguido, les indica con urgencia que entren, mencionando que “está Manuela adentro”, en clara alusión a que no están solas en la situación crítica que se avecina.
Manuela, al verlas, suspira con alivio y sus palabras lo confirman: “Ay, gracias a Dios que ya están aquí.” Pero la tranquilidad es fugaz. Enseguida les cuenta lo peor: María no ha recuperado el conocimiento. Es decir, no se trata de un simple desmayo o de un susto pasajero. Estamos frente a una crisis médica de verdad, y el tiempo corre en su contra.
La doctora Luz, rápida y profesional, se inclina sobre María para evaluarla. La cámara —figurativamente hablando— se centra en un detalle inquietante: los vendajes que cubren las heridas de María. “¿Estos vendajes se los hiciste tú?”, pregunta con seriedad. Manuela, un poco temblorosa pero firme, responde que fue ella junto con Raúl quienes improvisaron los primeros auxilios. Luz aprueba el gesto con un breve “muy bien, Manuela”, validando que, al menos en esa parte, actuaron con rapidez y sensatez.
Pero lo que viene después cambia completamente el tono del episodio. La doctora detecta algo alarmante: el pulso de María está débil. Inmediatamente después, lanza una pregunta que congela la sangre: “¿Con qué se ha hecho los cortes?”.
Manuela titubea, y su respuesta es un reflejo de la confusión que domina el ambiente: “Es que no sé si lo ha cogido de la comida… Como don Andrés se ha llevado la bandeja, pues no sé si a él se le ha caído o si ella lo había cogido antes… no lo sé”. Esa incertidumbre abre la puerta a un terreno muy delicado: ¿fue un accidente? ¿O María se provocó esas heridas intencionadamente?
La escena, hasta este punto ya angustiante, adquiere un matiz aún más oscuro. La posibilidad de que María haya intentado autolesionarse no se menciona abiertamente, pero flota en el aire como un fantasma imposible de ignorar. El silencio incómodo de Manuela, el nerviosismo de Raúl, la mirada preocupada de Luz… todo apunta a que hay mucho más detrás de esos cortes de lo que cualquiera quiere admitir.
Luz, con la experiencia de quien ha visto situaciones similares, toma el control y ordena actuar de inmediato: “Begoña, vamos a desinfectar las heridas y cambiar los vendajes.” No hay tiempo para buscar respuestas, ahora lo primordial es estabilizar a María. Mientras tanto, Manuela se ofrece para ayudar, asegurando que tiene las manos limpias, intentando colaborar en medio del caos, aunque su rostro revela el desconcierto de quien no sabe si acaba de presenciar un accidente… o algo mucho más trágico.
En paralelo, Manuela confirma algo vital: ya ha avisado a Andrés, y él debe estar a punto de llegar. La espera por su aparición añade una capa más de tensión al ya delicado escenario. La mezcla entre lo médico y lo emocional es intensa: la escena transcurre entre vendas, alcohol, sangre, preguntas sin respuestas, miradas cruzadas y silencios que lo dicen todo.
Este episodio no es uno más. Es un punto de inflexión. La salud mental y emocional de María se coloca en primer plano. Ya no se trata solamente de su condición física, sino de su estado interior. ¿Qué la llevó a ese punto? ¿Está luchando contra algo más que una enfermedad visible? ¿Y quién más lo sabía?
La pregunta de Luz —“¿Con qué se hizo los cortes?”— se convierte en un símbolo de todo lo que se esconde en el subtexto de esta historia: el dolor silencioso, la soledad disfrazada de cuidado, el miedo de quienes la rodean a decir lo que realmente piensan.
María no está bien, y eso ya es evidente para todos. Pero lo que aún no se sabe es si alguien ha estado ignorando señales de auxilio, si la han sobreprotegido hasta asfixiarla, o si hay heridas que no se curan con vendas ni con visitas de médicos. La pregunta ahora es: ¿quién escuchará de verdad lo que María no puede —o no quiere— decir?
Este capítulo, con su carga emocional y su atmósfera tensa, deja un mensaje claro: el cuerpo puede sanar, pero las heridas del alma necesitan algo más que medicina. Y si María ha llegado al punto de hacerse daño —intencionado o no—, entonces es urgente que alguien deje de ver solo a la paciente… y empiece a mirar a la mujer atrapada detrás del dolor.
Mientras Andrés se aproxima al lugar sin saber lo que va a encontrar, el público contiene la respiración. Porque lo que está en juego ahora no es solo la vida de María, sino su voluntad de seguir luchando. Y esa, quizá, sea la batalla más difícil de todas en Sueños de libertad.