En Sueños de Libertad, los días de calma han terminado. Una tormenta literal y simbólica se cierne sobre la familia De la Reina, destapando alianzas ocultas, verdades silenciadas durante años y un plan que podría acabar con todo lo que han construido. Esta semana, los engranajes del drama giran sin descanso, y nadie quedará indemne.
Todo comienza con Joaquín, consumido por la sospecha. Cree que Pedro estuvo detrás de su destitución como director, y esa idea empieza a erosionar lo poco que queda de su confianza. Pedro intenta acercarse con elogios vacíos, pero su desesperación solo confirma lo que Joaquín ya temía: fue traicionado. A su alrededor, los aliados se disipan y las verdades caen como martillazos.
Mientras tanto, Chema, más desvergonzado que nunca, descubre que su cuñado Tasio es parte del linaje De la Reina. En lugar de guardar discreción, ve una oportunidad de negocio: quiere que le presenten a la familia para venderles enciclopedias. Su atrevimiento raya en lo absurdo, pero también revela una verdad incómoda: en esta casa, todo es mercancía, incluso los vínculos de sangre.
Andrés intenta recuperar el control de su vida y le ofrece una segunda oportunidad a Raúl, con una advertencia clara: su lealtad pertenece al patrón, no a María. Pero las palabras no pueden frenar los sentimientos, y Raúl ya ha escogido un bando, aunque aún no lo admita.
Las revelaciones no se detienen. Joaquín comparte con su madre, Digna, la verdad sobre Gabriel: es hijo de Ricardo, hermano de Damián. Para Digna, el golpe es demoledor; su difunta hermana jamás mencionó tal secreto. La estructura familiar empieza a crujir. Damián, por su parte, ya no puede más con la indecisión de Andrés y lo obliga a retomar su puesto en la fábrica. Pero Andrés, dividido entre el deber y su promesa a María, se siente atrapado.
Cuando Gabriel conoce a María, la tensión es inmediata. Ambos son estrategas, midiendo cada gesto, cada palabra. María le lanza una advertencia disfrazada de cortesía: pertenecer a los De la Reina puede ser una bendición… o una maldición. Gabriel no se inmuta. Su sonrisa es tan gélida como la de ella.
Mientras Chema fracasa en sus intentos de seducir a Claudia y Fina descubre su talento cuidando niños en la casa cuna, Damián se rinde ante el encanto de su sobrino. Gabriel ha conectado con Julia de una forma que su propio padre nunca logró. Eso basta para que el patriarca lo quiera bajo su techo… sin sospechar que ha dejado entrar al lobo.
Pero todo lo que sube, cae. Andrés vuelve al trabajo solo para ser manipulado una vez más por María. Una llamada suya, entre sollozos, basta para que él regrese corriendo, dejando a todos perplejos. María lo ha atrapado por completo.
Entusiasmado por la conexión con su sobrino, Damián le revela a Gabriel que es primo de Tasio. Pero Gabriel ya lo sabía: Tasio se lo confesó. Ese acto de honestidad lo convierte en parte de la familia… o al menos eso cree Damián.
Pero las cadenas de Andrés empiezan a doler. María lo controla, lo absorbe. Un encuentro con Begoña en el jardín le revuelve el alma. Ella le suplica coherencia, que deje de mentirse a sí mismo. Sus palabras retumban en la cabeza de Andrés, aunque no lo admitirá.
La desconfianza hacia Gabriel se extiende como veneno. Pelayo se lo confiesa a Marta: no le gusta, es demasiado encantador. Marta coincide. Y Gabriel, oculto en la sombra del pasillo, escucha todo con una sonrisa siniestra. Su plan sigue en marcha.
La información sobre Gabriel también llega a Pedro e Irene, gracias a Digna. Y con ella, resurge el rencor. Irene aprovecha para lanzarle a su hermano una puñalada verbal: él también ha ocultado cosas, como el paradero de su hija Cristina. La fractura entre ellos es ya irreparable.
Joaquín, convencido de que lo drogaron, encuentra en Gema una inesperada aliada. Ella se infiltra entre los enemigos, decidida a sacar la verdad de Irene. El pasado vuelve como una sombra que se niega a morir.
El intento de reincorporación de Andrés es un desastre. María lo manipula de nuevo, y él cae. Y mientras tanto, Begoña y Luz encuentran consuelo mutuo, aunque la primera ya siente el vacío de haber perdido a Andrés.
El soplo de aire fresco llega con la llegada de un diseñador de Cobeaga, que conecta con Pelayo de forma inesperada. Pero la calma no dura: Damián, furioso por la debilidad de su hijo, irrumpe en la habitación de María y le lanza una amenaza disfrazada de cortesía.
Con voz suave pero cortante, le deja claro que si sigue absorbiendo a Andrés, la enviará a un lujoso sanatorio en Suiza. La amenaza es clara. María queda helada. El juego ha cambiado. Y el patriarca ha mostrado su verdadera cara.
El viernes llega cargado de tensiones. Gabriel intenta ganarse a Tasio, pero solo consigue incendiar aún más la relación con Damián. El enfrentamiento entre padre e hijo deja una herida sangrante en la familia. Damián no puede ocultar su desprecio, y Tasio estalla.
Andrés, al enterarse del plan de su padre de internar a María, corre a contarle a Begoña, esperando su apoyo. Pero ella lo desconcierta: quizás sea lo mejor. Andrés, dolido, la acusa de crueldad. María escucha desde su habitación, satisfecha. Ha ganado.
Chema, por su parte, irrumpe con la noticia de su despido. Carmen reacciona con furia y promete defenderlo. Mientras, Gema sigue tirando del hilo, e Irene se enreda cada vez más en su telaraña de mentiras.
Y entonces llega el enfrentamiento final entre María y Begoña. Envalentonada por tener a Andrés de su lado, María se burla de su rival. Pero Begoña ya no ve a una víctima: ve a una enemiga. La batalla ha comenzado.
Una tormenta cae sobre la finca, y con ella, un apagón total. En la oscuridad, Gabriel se mueve como un depredador. Llega al despacho de Damián, abre un cajón y encuentra lo que tanto había buscado: documentos que pueden destruir a los De la Reina.
La tormenta ruge fuera, pero la verdadera está por desatarse dentro. Gabriel tiene la llave del caos. Y el final se acerca, con toda su oscuridad.