En La Promesa, un capítulo estremecedor sacude los cimientos del palacio mientras Catalina, tras su doloroso parto, se debate entre la vida y la muerte. Sin embargo, lo que parecía una complicación médica revela raíces mucho más profundas y oscuras. Las antiguas leyendas familiares resurgen con fuerza y señalan que la heredera Luján no solo lucha contra su delicado estado de salud, sino también contra una maldición ancestral.
Los pasillos del palacio se llenan de murmullos. Las criadas caminan en silencio, los nobles observan con tensión y el aire se vuelve espeso con el peso de secretos que durante generaciones habían permanecido ocultos. Algunos creen que Catalina ha sido víctima de envenenamiento, otros, más osados, susurran que lo que ocurre está ligado a un antiguo ritual sellado por la sangre de su linaje.
En medio del caos, el Dr. Ferrer, abrumado por la culpa, rompe su silencio y entrega a Adriano una carta sellada. Dentro, un legado que lo transforma todo: el joven descubre que desciende de una estirpe unida a un poder oculto. Él no solo tiene sangre noble, sino también una conexión espiritual con los recién nacidos de Catalina, quienes, según antiguos textos, son “niños elegidos”, destinados a cumplir una profecía.
Mientras tanto, la desaparición de Dieguito se convierte en otro eje inquietante. El niño, que todos daban por perdido, aparece en una estancia secreta del palacio con un objeto antiguo entre las manos y palabras misteriosas en la boca. Asegura que fue “llamado por la casa” y que su regreso está ligado a un destino escrito mucho antes de su nacimiento. Los guardias lo encuentran murmurando sobre pasajes secretos, inscripciones arcanas y un mensaje que solo él parece entender. La inquietud crece: ¿es Dieguito solo un niño perdido o el heraldo de algo mucho más antiguo y aterrador?
Por otro lado, Petra, la sombra sigilosa del ala norte, teje sus intrigas con alguien en las penumbras. Su sed de control y poder no tiene límites, y su implicación en desapariciones pasadas la convierten en una amenaza silenciosa. Solo Samuel parece conocer la profundidad de su maldad, pero el miedo lo paraliza: una advertencia cruel de Petra le impide hablar. “Repite lo que sabes y no volverás a ver la luz del día”, le susurra. El terror se instala en cada rincón del palacio.
Pía y Curro, por su parte, siguen rastros escondidos sobre la muerte de Jana. Descubren en la biblioteca un diario antiguo que menciona rituales prohibidos, sacrificios y pactos sellados por sangre. Un manuscrito apunta que los hijos del palacio tienen un papel clave en el equilibrio entre la luz y las sombras. Incluso encuentran una fotografía de décadas atrás con el rostro idéntico a un criado actual… ¿Un descendiente? ¿O algo más siniestro?
Catalina, aún debilitada, empieza a experimentar visiones perturbadoras. En sus sueños aparece encerrada en laberintos subterráneos, mientras una voz fantasmagórica le susurra: “La sangre de tu familia está marcada. Solo el dolor y la traición te purificarán”. Se despierta empapada en sudor, convencida de que no son simples pesadillas, sino advertencias que no puede ignorar.
Adriano, tras leer la carta de Ferrer, se enfrenta a una verdad que lo desarma: su linaje está vinculado a una antigua sociedad que vela por un poder oculto desde hace siglos. La misión de protegerlo ha recaído en él, y su conexión con Catalina y los bebés cobra una nueva dimensión. Pero cuando se acerca a ella buscando respuestas, Catalina, con lágrimas en los ojos, le dice la verdad: los niños no son suyos. Esa confesión lo derrumba, pero no puede evitar sentir que hay algo más, algo que aún no ha salido a la luz.
La tensión llega a su punto máximo cuando el espíritu de un antepasado se manifiesta en el salón principal exigiendo tributo, desatando una ola de pánico. Las pesadillas de Catalina se vuelven profecías, y lo que parecía solo una lucha por la vida se convierte en una guerra espiritual por el alma de toda una estirpe.
Al final, el palacio se convierte en un campo de batalla entre lo oculto y lo evidente, entre la sangre y la verdad. Cada personaje es arrastrado por una corriente de revelaciones que podría destruirlos o redimirlos. Porque en La Promesa, los verdaderos enemigos no siempre tienen rostro humano… y los secretos más antiguos son los que sangran más.
